Agustín Laje, asesor de Milei y propagandista mundial de la "nueva derecha"

–La batalla cultural lo vine trabajando desde 2018. Dos años antes yo había publicado El libro negro de la nueva izquierda junto a Nicolás Márquez, el biógrafo de Javier Milei. Después me di cuenta de que hacía falta profundizar la relación entre cultura y política y más aún, con la política en términos partidarios. La batalla cultural lo fui escribiendo lentamente, porque se combinó con giras de conferencias en distintos países. Recién pudo ver la luz en el 2022; fue presentado por Milei en la Feria del Libro ese año. La batalla apunta a organizar una estrategia cultural para lo que yo llamo “nueva derecha”, un término que no estaba de moda, nadie lo utilizaba en ningún contexto antes del surgimiento de Milei y el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca...Y Globalismo se publica en 2024.
–"Globalismo" contiene una crítica aplastante contra el sistema internacional, empezando por Naciones Unidas.
–Sí, trata sobre el avance, en términos de acumulación de poder, de organismos supranacionales, y de cómo ese fenómeno debiera ser visto de cerca por los sectores libertarios que históricamente han estado ocupados en controlar y disminuir la autoridad estatal. Sabemos que desde hace tiempo se vienen constituyendo nuevos aparatos de poder por encima del aparato estatal.
–¿Cuánto incide tu fe católica en tus posiciones políticas? De hecho, los comentarios de tus seguidores en YouTube se dirigen a vos como si fueras un predicador de esa "nueva derecha".
–Bueno, la idea de evangelizar está asociada con la de militar en política también. Es parte del mismo lenguaje teológico-político. Son muy interesantes las transferencias lingüísticas y semánticas del discurso religioso al discurso politológico en el transcurso de la secularización moderna. Yendo a tu pregunta, estuve alejado de mi fe durante varios años, incluso recién te mencionaba El libro negro de la nueva izquierda. Cuando lo publicamos con Márquez, no teníamos ninguna influencia religiosa, al menos no de forma consciente. Con el correr de los años, yo volví a acercarme a la Iglesia Católica. Hoy trato de practicar mi fe en lo posible, ir a misa los domingos y confesarme alguna vez por año. Pero mi pensamiento político no tiene relación con mis creencias. En mis textos no encontrás ninguna cita bíblica.
–Sin embargo, tus posiciones en familia, natalidad y aborto, son comunes a la doctrina de la iglesia. Por momentos parecen dogma religioso aplicado a la política.
–Serían textos religiosos si su fundamentación lo fuera, pero no es el caso. Además, para estar contra el aborto no se necesita creer en Dios. Yo no hago militancia contra la masturbación, por ejemplo. Vos podrías decir, "Bueno, pero la masturbación es pecaminosa también según la Iglesia Católica. ¿Por qué no has escrito un libro contra la masturbación?". Bueno, porque en la masturbación no encuentro una violación de derechos fundamentales. En cambio, en el aborto sí veo una violación, la más importante de todas: afecta la condición orgánica de la existencia, o sea, el derecho a vivir. Es bastante claro que lo mío no es una cruzada religiosa. No trabajo sobre la noción de pecado, sino sobre una noción político-jurídica. Insisto, yo doy conferencias en ámbitos seculares. Pero fijate que cada vez que me invitan de alguna iglesia, también voy. Y me invitan mucho más las evangélicas que las católicas, la fe que profeso. Pero por la estructura de la iglesia, por el tipo de organización y también por el tipo de liderazgos, no he recibido invitaciones por ahí.
–¿Te sentís identificado con las líneas del asesor Steve Bannon o de Elon Musk, como propuesta de "nueva derecha"?
–Mirá, no me siento identificado, no porque no coincida ideológicamente sino porque mi rol es otro: escribir libros. Musk es un empresario y un tecnólogo. Bannon es un asesor de campañas; yo no soy una estratega sino un politólogo. Y en el abanico extenso de actividades posibles, me dedico a la teoría y la filosofía política.
–¿Cuál es tu evaluación hoy del discurso del presidente en el Foro de Davos? Se dijo que fuiste el autor.
–No, su autor fue otro pero no sé quién. Lo que me hizo gracia fue el nivel de certeza con que los medios de comunicación afirmaban que yo lo había redactado. Si yo redacto un discurso, te vas a dar cuenta porque apelo a autores. Es más, si yo hubiese redactado el discurso de Davos, habría reforzado el asunto de la pedofilia (la polémica surgió porque Milei asoció este delito a la homosexualidad), refiriéndome a la enorme cantidad de autores que han sido clave para el desarrollo de la teoría del género, y que buscaron relativizar el daño y el horror de la pedofilia.
–¿A qué ensayistas acusás de esa relativización?
–Hubiese mencionado a la activista radical canadiense Shulamith Firestone, al filósofo francés Michel Foucault desde luego, a Simone de Beauvoir, y a Judith Butler (feminista y catedrática estadounidense). Una serie de autores muy importantes para la teoría del género dicen, de una u otra forma, que la relación entre adultos y niños debe ser deconstruida, no debe ser demonizada ni perseguida judicialmente. De hecho, por ejemplo, Michel Foucault y Simone de Beauvoir hicieron solicitadas públicas en favor de pedófilos. O, por ejemplo, hubiese mencionado también que en EE.UU. operan organizaciones pro pedofilia, que se amparan en el discurso de la ideología de género para presentar sus desvíos sexuales como parte de la deconstrucción contemporánea del género. Volviendo a la pregunta, no hice el discurso ni tuve que ver con él. Pero, ¿qué pasa?, hace años converso sobre estos temas con Milei. Con lo cual, no puedo descartar, digamos, que algunas de mis ideas él las haya leído; tiene mis libros.
–¿Asesorás al presidente?
–Sería mucho decir. Puedo conversar con él sobre distintos temas. Yo lo único que puedo decirte es que él tiene mis libros; cada vez que publico uno, se lo envío. Hemos hablado sobre el tema aborto, por ejemplo, sobre feminismo y la inmigración, sobre temas culturales y postmarxismo.
–El discurso de Davos tuvo mucho rechazo y motivó una nutrida protesta.
–Sí, una marcha de sectores que nunca han votado ni votarán a Milei... Fue mucho más por el ruido mediático, porque hay sectores muy militantes y ruidosos en los medios, feministas con un poder de lobby muy importante, que instalaron la sensación de que esto había molestado a los argentinos. Por las encuestas posteriores, no veo que haya tenido impacto político. No hubo en realidad nada nuevo en Davos.. Él ya había dicho que iba a cerrar el Ministerio de la Mujer, que estaba contra el aborto y la ideología de género.
–Tu discurso pone un gran énfasis en salvar a Occidente.
–A ver, Occidente es la conjunción de tres tradiciones fundamentales para la zona del mundo en la que vivimos: los antiguos griegos, los romanos y el cristianismo. De esa cosmovisión, en la que las tres líneas se retroalimentan, llegamos a la modernidad. Pero fijate que la modernidad trata de regresar a la Antigüedad y a sus raíces, sobre todo en la etapa del Renacimiento. Incluso en la etapa revolucionaria de Occidente, el siglo XVIII, quienes estaban construyendo un nuevo mundo no podían dejar de hablar del Viejo Mundo. Robespierre no podía dejar de pensar en Esparta. Grecia; Saint-Just lo mismo, Montesquieu, un poquito antes de la Revolución Francesa, miraba a Roma y Grecia. En el siglo XIX, la nueva filosofía que había emergido ya en el siglo anterior derivó hacia un colectivismo en desarrollo y se manifestó en el siglo XX en modo totalitario. Salimos de allí recién en los años 1990. Y este siglo nos encuentra en un mundo nuevo atravesado por la aceleración de la tecnología a niveles insospechados; desde hace poco tiempo dinamiza nuestra vida cada día más.
–¿Por qué para vos es mejor Occidente que otras civilizaciones?
–¿Se salva a Occidente combatiendo el wokismo?
–Políticamente hay mucho para hacer. Cuando la nueva derecha llega al poder, empieza a desfinanciar aquellos dispositivos de destrucción cultural que las izquierdas avanzaban en los países donde gobernaban. Un ejemplo son los programas de cooperación USaid, cancelados por Donald Trump. Miremos el escándalo USaid, donde se vio cómo se utilizaba el dinero para esparcir ideología y proyectos woke en otros países. Al mismo tiempo, dentro de los EE.UU. tenías todo el financiamiento universitario, por ejemplo, en Harvard, que en los últimos años metió antiamericanismo en la cabeza de los jóvenes. Hoy vas a estas universidades, incluso a las grandes, de la llamada Ivy League, y ves una politización autoflagelante que asusta. Ahí se quemaban banderas norteamericanas. Se imparte una versión de la historia donde el norteamericano ha sido el cáncer del mundo. Son algunos ejemplos de cómo, cuando la izquierda llega al poder, avanza estas ideologías, y cuando la derecha llega, trata de desactivarlas o al menos quitarle financiamiento.
–Yo no digo necesariamente que sea mejor; solo digo que es la nuestra. Por por otro lado, si queremos ver cuál es mejor o cuál más importante, de Occidente salió el método científico y la filosofía que se estudia en todo el mundo. Me vas a decir, "Bueno, pero también en Oriente”. Cierto, pero en Oriente también nos estudian. Incluso las revoluciones en otras latitudes, la Revolución China y la Revolución Rusa eran totalmente occidentales. Occidente es cuna de cosas grandiosas, pero ha habido un autoflagelo, una nueva filosofía que aparece en Occidente en la segunda mitad del siglo XX, que es la filosofía de la deconstrucción (escuela francesa postestructuralista): una filosofía de la autodemonización: destruir lo propio con la excusa de abrazar lo otro, abrazar lo extraño para emanciparnos de nosotros mismos.
–Pero vos te sentís parte de la nueva derecha.
–Sí, claro. Cuando escribí La batalla cultural le puse el subtítulo “Reflexiones críticas para una nueva derecha”. Había que llamarle derecha, fundamental quitarle ese halo vergonzante que ha tenido por mucho tiempo. Por décadas ser de izquierda fue muy cool; cualquiera que se dijera de izquierda no iba a tener ningún problema ni en la universidad, ni con los amigos. Ahora, decirse de derecha equivalía a ser el malo de la película. Yo lo he vivido en la universidad y en los más variados contextos. Eso es lo que en este momento está cambiando.
– Por momentos, pareciera que esa energía y agresividad en ustedes es producto de la frustración y de los excesos doctrinarios woke. Pero otros lucharon contra esas exageraciones: se combatió sin necesidad de sentirse de derecha, contra el aborto, el wokismo y el feminismo. Ustedes aparecen como los novedosos; me recuerda el ensayo "Los ingenieros del caos", de Giuliano da Empoli.
–Mira, te diría que sí somos nuevos porque antes no había ninguna opción de derecha con posibilidad real de ganar. A mis 36 años, no recuerdo que existiera una opción de derecha. Mauricio Macri no era una persona de derecha, ni siquiera él se definía así. Macri buscaba todas las formas posibles para decir que el Pro no tenía ideología o, cuando mucho, que era de centro. Si te referís a una alternativa al kirchnerismo, te diría que sí, por supuesto, hay alternativas partidarias al kirchnerismo. Ahora, alternativas ideológicas, donde realmente la ideología política esté en las antípodas del kirchnerismo, solamente las ofrece la nueva derecha.
–¿Qué comparten con el kirschnerismo? Las tácticas de LLA suenan muy semejantes en varios campos. También Uds. fundan su identidad en la denuncia del enemigo.
–Lo que se comparte es una visión de lo político. Ocurre que los filósofos del kirchnerismo, Ernesto Laclau y Cía, abrazaron las ideas politológicas de Carl Schmitt. Este jurista alemán, en su libro El concepto de lo político, define lo político en torno a la oposición amigo/ enemigo. Él dice, "Así como definimos lo moral por la oposición bueno o malo, lo estético por la oposición bello/feo, lo económico por la oposición rentable/no rentable, lo político lo definimos por la proposición amigo/enemigo. El populismo kirchnerista se desarrolló de una manera schmittiana; por ende, lo que hacía era construir enemigos permanentemente. Los iba renovando para dinamizar su propio poder. pasaron por allí las Fuerzas Armadas, el campo, los medios, la Justicia, etcétera.
–La táctica de la nueva derecha es relativamente similar.
–Nosotros hablamos de batalla cultural porque nos enfrentamos a personas que nos han definido a nosotros como enemigos en primer lugar. Primero fue la izquierda. Avanzaron sobre nosotros y nues
tras libertades durante dos décadas. Por eso, pedirnos a nosotros que no tengamos una mirada schmittiana frente a la política, simplemente porque tenemos el poder, es absurdo.
Clarin